
1466–1520: Moctezuma II
En el corazón de Tenochtitlan, rodeado de canales y calzadas que parecían flotar sobre el lago, nació hacia 1466 un niño destinado a la grandeza. Era hijo de Axayácatl, uno de los más poderosos tlatoanis que habían expandido los dominios mexicas, y desde temprano se le llamó Motecuhzoma Xocoyotzin: “Señor adusto que se enfurece como señor”, el joven Moctezuma.
Su infancia transcurrió entre los muros del calmécac, donde los hijos de la nobleza eran educados en las artes de la guerra y los secretos de la religión. Allí aprendió a leer los códices, a cantar los himnos sagrados y a blandir el macuahuitl con precisión. De carácter reservado y serio, se distinguía por su disciplina y por una religiosidad profunda que lo marcaría para siempre.
Con el tiempo, Moctezuma se convirtió en un guerrero temido y en un sacerdote respetado. Su ascenso al trono llegó en 1502, cuando su tío Ahuízotl murió. Tenía poco más de treinta años cuando fue elegido por los nobles mexicas como noveno tlatoani. El joven emperador, de porte majestuoso y mirada penetrante, fue recibido con aclamaciones, pues sobre sus hombros descansaba la misión de guiar al imperio en su mayor esplendor.
Un imperio en expansión
Bajo su reinado, los ejércitos marcharon hacia el sur y el este. Los pueblos de la Huasteca, de Oaxaca y de las tierras mayas sintieron el peso del poder mexica. Tributos de cacao, jade, algodón y oro llegaban cada año a Tenochtitlan, haciendo que la ciudad brillara como la joya más resplandeciente del Anáhuac.
Pero Moctezuma no solo era conquistador: también reformador. Elevó aún más la distancia entre nobles y plebeyos, exigiendo reverencias estrictas y estableciendo un protocolo en el que nadie podía mirarlo directamente sin su permiso. El tlatoani ya no era un hombre, sino una encarnación viviente de lo divino.
Hacia 1517 comenzaron a llegar rumores inquietantes. En las costas del golfo se habían visto embarcaciones gigantes, como montañas flotantes, que traían hombres barbados con piel blanca y armas que escupían fuego. Moctezuma escuchó los relatos con el ceño fruncido, mientras en el cielo aparecían cometas y los templos ardían sin causa aparente. Los sacerdotes hablaban de presagios: ¿acaso el dios Quetzalcóatl regresaba del oriente, como anunciaban las viejas tradiciones?
El tlatoani se sumió en noches de desvelo, consultando códices y augurios. Su carácter prudente se mezcló con el temor religioso, y así nació la incertidumbre que marcaría el resto de su vida.
El encuentro con Cortés
En noviembre de 1519, tras meses de marchas, batallas y alianzas, Hernán Cortés y sus hombres llegaron a Tenochtitlan. Moctezuma salió a recibirlos sobre la gran calzada, rodeado de nobles y portadores de flores. El aire era solemne, y el silencio de la multitud parecía contener la respiración del mundo. El emperador, vestido con mantas de algodón bordadas con plumas preciosas, colocó un collar de jade y oro en el cuello del capitán español. Sus palabras fueron de bienvenida y respeto, cargadas de esa ambivalencia que mezclaba la cortesía diplomática con el presentimiento divino.
Pero la amistad aparente se transformó pronto en prisión: Cortés, desconfiado, lo mantuvo en su propio palacio como rehén, gobernando a través de él. Moctezuma, que había sido dueño de millones de vidas, se convirtió en una sombra bajo la vigilancia de los extranjeros.

La tragedia final
En 1520, durante la fiesta de Tóxcatl, los españoles perpetraron la matanza del Templo Mayor, asesinando a danzantes y sacerdotes. La ciudad ardió en furia. Tenochtitlan se levantó contra los invasores, y Moctezuma fue obligado a hablar desde una azotea para calmar a su pueblo.
La multitud, enardecida, no lo escuchó: llovieron piedras y flechas sobre su persona. Herido de gravedad, el tlatoani cayó. Algunos dijeron que murió a manos de su pueblo, otros que fueron los propios españoles quienes le dieron muerte para evitar su liberación.
Era junio de 1520. Poco después, la Noche Triste obligó a los españoles a huir de la ciudad, y con Moctezuma se extinguió no solo un hombre, sino la estabilidad del imperio mexica.
Memoria y legado
Hoy, Moctezuma II es recordado con sentimientos encontrados: para unos, fue un soberano débil que permitió la entrada de los conquistadores; para otros, un gobernante atrapado en una encrucijada imposible, víctima de los dioses, de su fe y de la historia.
En el reflejo de las aguas del lago de Texcoco, parece escucharse todavía su voz, preguntándose si lo que vio en aquellos hombres del oriente fue destino, engaño o el cumplimiento inevitable de los presagios antiguos.