El primer viaje de Colon-1492
El primer viaje
El 3 de agosto de 1492, una pequeña flota compuesta por tres embarcaciones—la Niña, la Pinta y la Santa María—zarpó desde el Puerto de Palos, en Huelva. Sus tripulantes, hombres curtidos por la vida en el mar, partieron con un objetivo claro: encontrar una ruta hacia las Indias navegando hacia el oeste. Ninguno de ellos imaginaba que estaban a punto de descubrir un mundo completamente nuevo.
La escala en las Islas Canarias
Tras algunos días de navegación, el timón de la Pinta sufrió un daño irreparable. Esto obligó a la expedición a detenerse en las Islas Canarias, donde permanecieron hasta el 6 de septiembre. En La Gomera, Colón visitó a la influyente gobernadora Beatriz de Bobadilla, mientras los carpinteros trabajaban sin descanso para construir un nuevo timón. Además, las velas triangulares de la Pinta fueron reemplazadas por unas cuadradas, lo que la convirtió en la carabela más veloz de la flotilla.
Durante este mes, la tripulación se aprovisionó de víveres y repararon sus naves. Finalmente, el 6 de septiembre, dejaron atrás las islas y se adentraron en el vasto océano Atlántico.
La travesía interminable
Los días se alargaban en el mar infinito, y el ánimo de los hombres comenzó a desmoronarse. El océano, interminable y desolador, parecía no conducirlos a ninguna parte. Los murmullos de descontento crecían entre la tripulación, que comenzó a cuestionar las promesas de Colón. Algunos lo tildaban de loco, otros sugerían regresar antes de que fuera demasiado tarde.
Sin embargo, la naturaleza ofreció pequeñas señales que devolvieron algo de esperanza. Entraron al enigmático Mar de los Sargazos, donde densas algas verdes y pardas flotaban en la superficie del agua, un fenómeno que los marineros asociaron con la proximidad de tierra firme. También avistaron bandadas de pájaros que revoloteaban cerca de los barcos, una señal inequívoca de que no estaban lejos de la costa.
“¡Tierra a la vista!”
En la madrugada del 12 de octubre de 1492, un grito rompió la calma del océano. Desde lo alto de la Pinta, el vigía Rodrigo de Triana divisó tierra y dio la señal con un cañonazo. La tripulación, eufórica, corrió a cubierta para contemplar el verde follaje de una isla desconocida. Colón, convencido de que había llegado a las costas de Asia, desembarcó en la isla que los nativos llamaban Guanahaní y la rebautizó como San Salvador, agradeciendo el éxito de su empresa a la providencia divina.
Al descender, fueron recibidos por los habitantes de la isla, quienes, desnudos y con el cuerpo pintado de vivos colores, los miraban con una mezcla de asombro y reverencia. Los nativos ofrecieron frutas exóticas, aves domesticadas y adornos de oro. A cambio, Colón y su tripulación les entregaron pequeños obsequios: collares de vidrio, cascabeles y gorros. La comunicación era limitada, pero las señas y las sonrisas sirvieron para estrechar el inesperado encuentro entre dos mundos.
Más islas, un naufragio y el regreso
Tras explorar Guanahaní, la expedición continuó hacia otras islas del Caribe. El 28 de octubre, llegaron a una isla que Colón llamó La Juana (actual Cuba), y el 6 de diciembre, arribaron a La Española (actual Santo Domingo). Fue aquí donde la Santa María, el buque insignia, encalló en un banco de arena el 25 de diciembre. La madera del naufragio fue aprovechada para construir el Fuerte de la Navidad, el primer asentamiento europeo en América, donde quedaron cuarenta hombres al mando de Diego de Arana.
Con solo dos carabelas restantes, la Niña y la Pinta, la expedición emprendió el regreso. El 6 de enero de 1493, las naves se reencontraron tras una tormenta que las había separado. Finalmente, llegaron al Puerto de Palos el 15 de marzo de 1493, llevando consigo frutos nativos, animales exóticos, oro y un pequeño grupo de indígenas como prueba del éxito de la expedición.
El impacto del descubrimiento
Colón fue recibido en Barcelona por los Reyes Católicos el 3 de abril de 1493. Con orgullo, presentó lo que creía que eran las costas de Asia, sin saber que había descubierto un continente completamente nuevo. Aunque el impacto real del viaje no sería comprendido hasta años después, aquel primer viaje marcó el inicio de una nueva era en la historia de la humanidad, uniendo dos mundos que hasta entonces habían permanecido separados.